Eran niños. Los arrancaron de los brazos de sus padres cuando tenían cuatro años. Los arrojaron al Monasterio. Los adiestraron en el uso de la espada y otras artes más sutiles pero igualmente letales. Lo hicieron de un modo tan salvaje que la mayoría pereció.
Solo quince sobrevivieron.
Quince jóvenes que recibieron más dolor, más heridas, más brutalidad. Quince jóvenes que ignoraban el propósito de su sufrimiento. Quince que no sabían que había uno distinto entre ellos.
Cuando los dejaron salir habían cambiado. Habían olvidado su pasado y el amor de sus padres. Habían perdido las dudas y el miedo. Estaban preparados para enfrentarse a todo.
Excepto a la verdad.