Ediciones El Transbordador. Málaga, 2017. 155 páginas.
Al morir su madre, el protagonista de Me tragó el igualma no es más que un niño y se ve obligado a vivir con su padre, poeta vagabundo que se dedica a cosechar los frutos de los árboles-monte. Juntos, recorren el mundo durante años. El padre es minero del verso, brujo de la palabra y domador de fuerzas telúricas; como tal, sabe que su destino está sellado. El hijo, en cambio, contempla insomne las estrellas mientras ansía liberarse de la gravedad planetaria.
¿Está el ser humano, a estas alturas de la historia, a salvo de las fuerzas que esculpen al resto de seres vivos? ¿Es dueño y señor de su propia evolución? ¿Qué quedaría de él, si decidiera ser escultor de sí mismo? ¿Reconoceríamos nuestro cuerpo, o nuestras emociones, al cabo de pocos siglos? Cuando acusan a su padre de terrorista y lo encarcelan, muchos lo exhortan a defender la obra de su progenitor mediante la fuerza de las armas. Él, sin embargo, recuerda las estrellas y considera que ha llegado la hora de dejar todo atrás, amores y deberes, horarios y recuerdos, para asumir su destino como hombre… o como igualma.